Los que estuvieron este viernes en el teatro Cervantes de Cañada de Gómez, viendo y escuchando a La Titanic salieron, por lo menos, sabiendo que habían asistido a una noche diferente.
Cuatro tipos grandes, enfundados en trajes de marinero de distinta laya, tocaron a todo trapo, durante una hora y media, canciones que conocemos de memoria y sin embargo, cuando arrancaba cada una, aunque por ahí la sacábamos antes, esperábamos hasta el estribillo para decir: -¡ahora sí!… era Last train to London nomás!…- y así pasó con Zeppelin, Beatles, Stones, Police, y siguen las firmas.
Miguel Zavaleta (piano) aportó su voz aguardentosa, ideal para escuchar esos clásicos como si se estuviera en un piringundín de jazz y blues. Tito Losavio y su guitarra minimalista, Gringui Herrera, ataviado de pirata tocando el bajo con un ojo tapado, y Fernando Samalea, una verdadera máquina de golpear tambores, pudieron haber encarado versiones algo más afines con los arreglos originales, los que despiertan la nostalgia donde se refugia el recuerdo de una música que vistió nuestras vidas.
Pero no, eligieron esa otra forma, desafiante, y uno salió de la sala con el convencimiento que vio algo único, cosa no frecuente en estos tiempos.