Era entonces “El Negro” Bermúdez. La década del 80, con sus raros peinados nuevos y el auge de las radios, el surgimiento de nuevos medios gráficos y las bandas de rock y pop, trajo también el cable y, anclado a ello, un canal local.
Fue entonces cuando multitud de cañadenses hicieron sus primeras armas en el ambiente. Estaban los que escribían, y los que ponían la cara en las pantallas, y los que hablaban en la radio, sí, pero también operadores, locutores, diseñadores, una modesta pero vital farándula que significaba el ingreso a la modernidad mediática, donde hasta la gente del llano se acostumbró que cualquiera podía aparecer en la pantalla o hablando en un micrófono sobre el zanjeo o el corte de los yuyos, flojos de realización por parte de la administración municipal de turno.
Y ahí, en medio de todos esos jóvenes arrogantes, estaba Bermúdez, que se la sabía lunga desde muchos años, hecho a los golpes que significaban poner la cara y la voz en radio y tele rosarina, a cualquier hora y sobre cualquier tema, pero desarrollando un oficio que los modernos ni soñaban con tener.
Su estilo tanguero y a la vez académico hacía que a veces se lo tomara a la chacota, pero mirá si hay que tener las cosas claras para lograr hacer que un programa como Paqueterías fuese el más visto y durara una ponchada de años como ocurrió, lejos del que le siguió en vigencia.
“Ca-sa-mientos”, decía, y todos esperábamos para ver los casorios bendecidos por el cura Ferrero, con la invariable cara de susto del novio, la serenidad de la novia recanchera, y la glosa del Negro.
“Reciben aguas bautismales”… repetía, y nos pegábamos a ver veinte bautismos al hilo, un verdadero pandemónium de pibitos llorando y padrinos transpirados.
A la vuelta de los años, cuando los jóvenes arrogantes ya no éramos jóvenes y la arrogancia había quedado en hilachas, algunos entendimos lo que el tipo significaba para la historia de los medios, para nuestra propia historia.
Una vez estuve en un pre La Falda, en Esperanza. Esa noche esa subsede del festival de tango por excelencia, iba a darle la bienvenida a Cañada como futura subsede para el año siguiente. De nuestra ciudad viajó una embajada tanguera con un cuerpo de baile, un par de cantores, y un locutor: Héctor Bermúdez. Eran épocas en que Cañada era minimizada como ciudad emprendedora: todas las demás eran mejores, las vecinas y por supuesto Esperanza, la anfitriona. Esa noche Bermúdez dejó chiquitos a los locutores esperancinos, condujo una velada como pocos sabían hacerlo como él, y hasta se cantó un par de tangos como los dioses.
Era El Negro Bermúdez, quien ocupó un ancho de banda aplastante en todos los medios de Cañada de Gómez. El que a paso sereno pero rítmico se dio cuenta como nadie de lo que significaba comunicar, tal lo que él mandaba al aire cada semana, cuando arrancaba Paqueterías: pura vida, para adelante, hacer lo que se tiene que hacer, y listo.