Tras recorrer su itinerario, la procesión llegó al predio paralelo a la vías del ferrocarril, detrás de la Plaza de la Memoria. Allí se quemó un muñeco que había sido construido por la gente de Asociación Nazareth, y se cumplió la tradición de arrojar a las llamas papeles con promesas cumplir o faltas a expiar, que requeman con el fuego.
El origen de la fogata es ambiguo, se mezcla el sentido religioso con lo profano y lo pagano (en el hemisferio norte comienza el verano, y quemar en el solsticio tiene un sentido distinto al del austral), y en la religión católica se lo vincula con la ejecución de ambos santos, Pedro, el primer apóstol, crucificado por los romanos en el año 67 DC, cabeza abajo por su propio pedido, ya que no se sentía digno de morir de la misma forma que Jesucristo, y Pablo, romano él, a quien se le proporcionó una muerte más acorde a su origen, y se lo decapitó.
Ahora, por qué se prende fuego, existen decenas de explicaciones, tal vez el acto contenga algo de cada una de ellas. Sin embargo, más allá de las razones de los orígenes, hoy, que volvió una costumbre que parecía olvidada y que fuera tan popular hasta hace unos años, pareciera que la razón es ver el fuego, elemento hipnótico que a casi todos atrae, estar juntos, y con el corazón palpitando acordarse de cuando se era pibe y la fogata de San Pedro era un hito en el año, algo para recordar hasta la próxima.