Este domingo no fue una jornada más. Desde un par de días previos, los cañadenses iban ideando sus planes para enfrentar a dos frentes: la final Argentina-Francia, y el irrenunciable almuerzo del domingo.
A ello se le sumaba otro tema, extendido como pocas veces antes: ¿con quién mirábamos el partido?…
Sabido es que cuando un equipo viene ganando, para que lo siga haciendo no se permite que entre a verlo a la casa de uno, a nadie que no lo haya hecho en los partidos anteriores. ¿Cómo cumplirlo un domingo al mediodía, donde se juntan a comer más miembros de la familia que cualquier otro día? ¿Y el menú?… a nadie se le ocurre hacer asado, al que hay que cuidar y cuya factura coincidiría con el primer tiempo del match, y se corre el riesgo, si uno se queda embelesado con el partido, que se pinchen los chinchulines o se arrebate el vacío.
Al final cada uno en su casa, salvo emergencia, y la comida consistió en una picada con lo que haya, choripanes, o que cocine alguien a quien no le interesa el fútbol, desprecia la pasión que despierta, o prefiere que pierda Argentina, como algunos miembros de ciertos estamentos políticos.
Y una vez pasado el drama provocado por lo cambiante del marcador, en el que Argentina bailaba a su rival , éste se lo empató en dos minutos, fueron al alargue, la celeste y blanca pasó al frente, se lo volvieron a empardar y así se fue a los penales, etapa en la que parecimos invencibles en el certamen. Pitazo, victoria, y a volcarse a las calles.
Desahogo de los que creen que se logró algo, que vale la pena sentirse del palo, que la pasión puede cristalizarse en una piba o un pibe con una bandera, cantando “Muchachos!…”, que la alegría no es sólo brasilera…
En fin, es sólo fútbol, pero nos gusta…