Una de las recomendaciones, que ya quedaron sobrepasadas por el decreto sobre la cuarentena, es el de la espera en los comercios. De a poco y en algunos casos no sin cierta resistencia, los clientes –y los comerciantes- fueron adecuando sus conductas a la cruda realidad: de a dos o tres clientes dentro del local, espera en fila en el caso de lugares de gran afluencia como los supermercados, o los cajeros automáticos.
Se puso así sobre la mesa la conducta social de los cañadenses, muchos de los cuales están saturados de individualismo (“Si necesito esto lo tomo porque es mi derecho, y qué…”), y hacen que los otros, los sensatos, tengan que hacer gala de su paciencia para no reaccionar. Porque de qué sirve que uno se coloque a dos metros del que lo precede en la cola del súper, si el que viene atrás se le pega a la nuca, y de paso le comenta con sorna qué cosa, las pavadas que nos obligan a hacer, buscando complicidad para ese dislate.
Por eso, la actitud del dueño de un supermercado de calle Ocampo al 600 (foto), protegiendo y protegiéndose, es para imitar, entre tantos otros también súper, adonde los empleados enfrentan a los clientes a cara descubierta, a cincuenta centímetros cada rostro, de a cientos por día. Y ello vale para tantos otros.
Y de paso, el aplauso para las trabajadoras y trabajadores de salud, médicos, enfermeras, empleadxs de farmacia, que cargan sobre sus hombros buena parte de esta historia junto con las fuerzas del estado, tantas veces denostadas.
Este es un tiempo distinto a cualquier otro que hayamos vivido en las últimas décadas, y esperemos estar a la altura de las circunstancias.