Por: Adriana Diez
Hoy es un día muy significativo en el sentimiento de las mujeres peronistas, se cumplen 69 años del renunciamiento a la candidatura a la Vice Presidencia de la Nación de nuestra mayor referente política, María Eva Duarte de Perón. Evita, la bautizaron sus descamisados y el pueblo argentino.
Hablar de Eva sería redundar en todo lo que se ha dicho, pero sí podemos agregar sin equivocarnos que hubiera puesto un freno a tanto desenfreno con respecto al mal trato que recibimos permanentemente los peronistas, el odio visceral que nos tienen aquellos herederos del bombardeo a la Plaza de Mayo, los que festejaron el cáncer -hoy el Covid 19- ,y tantos odios más, no reconociendo ni por respeto a la fidelidad del pueblo con sus líderes ni tampoco el gran derramamiento de sangre que sufrieran muchos de sus seguidores. Aquellos fueron años de muchas conquistas sociales vigentes hasta el día de hoy; el peronismo fue muy generoso y abierto a todos y muchos de aquellos que lo utilizaron hoy reniegan y fomentan odio.
Esta fecha nos llama a reflexionar y aprender a despojarnos como hizo la compañera Evita y en honor a ella va este relato de Eduardo Galeano:
¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga
en un muro de Buenos Aires.
La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente.
Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo.
Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos. Evita se había salido de su lugar.
La querían, la quieren los malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían.
Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia.
Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón. No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina.
Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando. Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo. Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra.
Muerta Evita, el presidente Perón es un cuchillo sin filo.